El espíritu errante de una vieja caseta en Ica y un susto de ánima

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Era uno de esos días como cualquier otro y Flavia y había ido de visita, con su madre y hermanos a la casa de su abuelo en Ica. Allá estaban sus primos esperándolos para jugar todo el día en la chacra, uno de sus juegos favoritos: las escondidas. 

Empezaron a jugar muy temprano y muchas veces encontraron a Flavia primero porque siempre elegía los lugares más simples para ocultarse, hasta que tuvo una idea: ¿por qué no esconderse detrás de esa casita vieja que había en medio de la chacra del abuelo? Total nadie solía esconderse nunca por allí y por eso sería más difícil que la encontraran pronto. 

Así que Flavia se fue a esconder al lado de la puerta de esa casita vieja que era custodiada por un candado de acero. Y desde su escondite podía ver cómo la buscaban, pero no podían verla. En eso, Flavia se dió cuenta que desde el lugar donde estaba, también podía ver un poco hacia el interior de la vieja casa... a través de un agujero... y entonces... prefirió nunca haber mirado... la niña se puso pálida mientras sus pupilas se dilataban más y más hasta que gritó muy fuerte y los primos que habían estado jugando con ella fueron a ampayarla. Pero la niña no se movía y no hablaba solo señalaba con el dedo hacia la misteriosa casita vieja de la chacra de Ica. 

Los demás niños se asustaron por cómo se había puesto Flavia y llamaron a sus papás quienes la llevaron a la casa a que la atendieran. Pero la niña no decía ni una palabra. La madre de Flavia decidió llamar a una mujer de la zona, conocida por hacer rezos a niños para espantarles el susto y la mujer fue a la casa.

Al llegar, la curandera le pasó un huevo a Flavia mientras rezaba y luego lo reventó en un vaso con  agua y sal. Luego de hacerlo el color volvió a las mejillas de la niña y empezó a hablar. Según la mujer, la niña tenía susto de muerto y su ánima se había quedado en el lugar donde había tenido el encuentro, el rezo había hecho que esta volviera a su cuerpo y ella reaccionara. Para la curandera todo estaba solucionado y luego de cobrar lo que siempre acostumbraba se marchó. La madre de Flavia quedó más tranquila al ver que su hija había reaccionado, hablaba y parecía estar normal, pero no pudo evitar preguntarle, al llevarla a dormir qué era lo que había visto que la asustara tanto. Flavia le contó todo: 

Mis primos y yo jugábamos a las escondidas y yo quise esconderme mejor así que me fui a la casa que está en medio de la chacra, esa a la que nunca vamos, la que siempre está cerrada con un candado de acero. Estaba todo bien, nadie me encontraba y en eso vi que la puerta tenía un agujero y vi a través de él... mamá... dentro había un hombre colgado... y cuando lo vi... me miró... pero sus ojos no eran como los tuyos, eran rojos, como candela... y entonces se bajó de su percha y escuché cómo se abría el candado y el hombre vino hacia mí... y yo solo grité... grité muy fuerte para que no me atrapara y ya no recuerdo más hasta que vi a esa señora aquí... pero mami... mira, aquí tengo todavía el candado

Luego de la historia que contó Flavia, la madre repitió la experiencia a sus primos y abuelo, el último no espero a que se dijera nada más pidió a la madre de Flavia que le diera el candado y salió hacia la casa acompañado de una cruz, su lamparín y un frasquito con agua. A lo lejos se podía ver al abuelo volviendo a cerrar la puerta con el candado de acero y esparciendo el agua en cruz sobre la puerta. Aquella vez el abuelo no dijo nada, pero... más tarde sabrían la historia del abuelo y la jarjacha que enfrentó en su juventud... luego de lo cual construyó aquella vieja casa, pero esa es otra historia.  

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