Historias de fantasmas - Las calaveras asustan a los invitados indeseados

Ya te he contado sobre cómo Ramón y Modesto (las calaveras de la casa de mi abuela) no soportan que otros entes traten de entrar a la casa. Puesto descubrí por una historia que nos contó un antiguo amigo de la familia que tampoco dejan entrar a ciertas personas a casa. Aquí la historia...

Foto: Pixabay

Las calaveras asustan a los invitados indeseados

Arturo era amigo de mi padre y acostumbraba ir a la casa a visitarlo con demasiada frecuencia. No es que su compañía fuera mala, pero digamos que abusaba de las visitas y no era del que sabía cuándo llegar ni cuando irse. En aquella época tendrían veinte años y las calaveras ya estaban en la casa de mi abuela. Aquel día todos había salido de casa (como nunca) y había ido a comer por Lima en el carro de mi abuelo... Hasta ahí todo bien, la casa se había quedado sola, custodiada únicamente por los dos cráneos de Ramón y Modesto (o lo que es lo mismo, sus espíritus). 

Arturo fue ese día a la casa, sin avisar como le era costumbre (prácticamente había estado ahí hacer unas pocas horas) y llamó a la puerta. No oyó respuesta, pero era insistente - "Debe haber alguien" - Se dijo y volvió a tocar. En esto oyó que desde dentro de la casa se oía una voz de hombre que le contestaba con fuerza: - No hay nadie, vete. - La voz no le era familiar... pero, muchacho como era, pensó que alguien de la casa le estaba jugando una broma y es que es obvio que alguien estaba dentro. Así que volvió a tocar llamando a mi padre... Arturo sintió entonces cómo unos pasos se iban acercando hacia la puerta grande de la casa de mis abuelos y su curiosidad hizo que mirara por la ventanilla que había a un lado... nada le faltó para correr cuando se dio cuenta que una sombra se iba hacia la puerta donde él esperaba... 

Nunca más visitó la casa, al menos no tan a menudo y solo en ocasiones especiales donde tenía la seguridad de que había más gente allí, como para no volver a encontrarse con la sombra que le había contestado aquella tarde de su juventud. Esta historia se la contó a mi padre después, quien obviamente, conocía las travesuras de las calaveras de la casa y sabía que ya que ellos no lo habían hecho, habían querido darle una lección al impertinente Arturo. 

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